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Tierra, barro, lodo, suelo: el terreno bajo nuestros pies tiene varios nombres aunque la mayor parte de nosotros le prestamos poca atención. Y es un descuido que afecta directamente a millones de personas en todo el mundo.

Los suelos son la savia de nuestro planeta. Albergan una cuarta parte de la biodiversidad, según la FAO. Pero al mismo tiempo la degradación de la tierra está aumentando en un ritmo rápido. Según el WWF, un 50% de la capa superior del suelo ha desaparecido en los últimos 150 años. Es una pérdida importante, que pone en duda la capacidad del planeta para producir suficientes alimentos para abastecer a una población en aumento, según los expertos.

Los terrenos fértiles son un recurso no renovable. Pueden tardar hasta un milenio en producir solo un centímetro de mantillo. Además, la salud de esta fina capa tiene ramificaciones claras para la salud del planeta en su totalidad.

“Los suelos retienen el carbono, lo cual contribuye a la mitigación del cambio climático,” explica Mohamed Bakarr, especialista senior en medio ambiente del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM). “La parte más valiosa del suelo contiene mucho carbono, pero a través de la erosión se puede terminar como sedimento en los ríos o suelto en el aire”.

En respuesta, la ONU ha nombrado al 2015 el Año internacional de los Suelos para animarnos a mirar hacia abajo y volver a conectar con la tierra y sus características que dan vida al mundo.

La vida empieza desde abajo

De acuerdo a estimaciones de organizaciones y expertos, para poder asegurar alimentos suficientes para más de 9.000 millones de personas, hace falta aumentar la producción en un 70%. Una mayor intensificación de tierras cultivables existentes cubrirá la mayor parte de esta demanda, según los cálculos de la FAO.

Sin embargo, tal incremento tendrá un efecto lateral en la calidad de estas tierras .Las prácticas agrícolas intensivas representan una de las principales amenazas a la vitalidad de los suelos debido a:

* El arado: Una buena cubierta de vegetación mantiene la estabilidad de los suelos, protegiéndolos de las inclemencias del tiempo y evitando que arrastren las capas superiores ricas en nutrientes por su red de raíces. Con cada cosecha y siembra, los productores quitan estas plantas, dejando los suelos sin protección.

* El uso de fertilizantes: Rociar los cultivos con fertilizantes no mejora la baja calidad de los suelos. Si no los absorben las plantas, los químicos se mantienen en la superficie hasta que la lluvia los arrastra, a menudo contaminando las cuencas locales.

* El cambio climático: La agricultura genera casi un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global. Esto, a su vez, acelera el proceso de degradación y desertificación y aumenta la cantidad de energía, agua y fertilizantes requeridos para la producción de alimentos.

A nivel mundial, hasta un 40% de las tierras agrícolas están degradadas severamente. En África, esa cifra aumenta significativamente hasta un 65%, poniendo en peligro la sobrevivencia de algunas de las comunidades más pobres del continente. Y son los productores de estos terrenos desérticos los que principalmente corren más peligro, dados los efectos extremos del cambio climático que empeora el impacto en los suelos.

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“El cambio climático les hace más difícil el predecir las sequías o inundaciones,” destaca Bakarr. “Cuando llueve, lo hace fuertemente y cuando hay sequía, es realmente extrema,” agrega.

Restauración de la tierra

En su rol como un mecanismo para el Convenio de la ONU para combatir la desertificación, la lucha contra la degradación de los suelos ha formado parte del mandato del FMAM desde el 2002.

Hasta hoy, se han invertido casi US$ 500 millones en programas que apoyan a las técnicas de gestión sostenible de la tierra, con más de US$2 mil millones apalancados en financiamiento compartido.

La degradación de los suelos, y por consecuencia de los terrenos, es una amenaza a la biodiversidad, los ecosistemas y las comunidades que dependen de la tierra para su sustento. El proceso hacia la restauración es, entonces, complejo.

“Uno de los desafíos principales es que es muy costoso si se abandona el terreno”, explica Bakarr. “[En el FMAM] animamos a los productores a seguir cultivando la tierra. Donde la vida tiene vínculos fuertes con los suelos, hay incentivos para invertir recursos en mantener los suelos sanos”.

Por lo tanto, el FMAM se enfoca en iniciativas que permiten a las comunidades trabajar en armonía con la tierra. Al final, si los productores pueden mantenerse en el mismo lugar, se reduce la presión en otras áreas naturales y la biodiversidad que albergan.

Una manera es mejorar la cubierta de vegetación para mantener el contenido de carbono de la capa superior.

“Al proteger la superficie [i.e. cultivando vegetación] y mantenerla hidratada, la tierra está mejor posicionada para albergar organismos; esto mantendrá sano el suelo y, por lo tanto, apoyará los sistemas de producción sostenibles y resistentes,” declara Bakarr.

Tal es el objetivo en el Sahel, donde el FMAM ayuda a 12 países a implementar la gran muralla verde – un programa regional de gestión sostenible de paisajes abarcando el continente, desde Senegal hasta Djibouti. La meta: hacer frente a los impactos sociales, económicos y ambientales de la degradación severa de la tierra y la desertificación.

Los cultivos, la ganadería, la urbanización y los bosques compiten por más espacio y mientras crece la población global, también se incrementarán las presiones de estas actividades sobre el suelo. Si vamos a lograr a alimentar a una población en aumento, tenemos que empezar con cuidar el terreno bajo nuestros pies.

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